LA FAMILIA, ¿UN FACTOR DE PROTECCIÓN EN LAS CELEBRACIONES?

Félix Rueda |Psicólogo experto en adicciones. Fundación Noray Proyecto Hombre Alicante

“El día de Navidad lo pasé bastante mal, incluso me ofusqué y me mostré agresivo. No entendía por qué ellos podían beber alcohol y yo no”.

Más o menos estas fueron las palabras de J., una persona en tratamiento en la Comunidad Terapéutica a la vuelta del fin de semana de Navidad que pasó con su familia.

Pero esa persona no es la única que piensa así. La mayoría de quienes realizan un tratamiento por un problema adictivo se encuentran en una situación similar a lo largos del proceso o con posterioridad a éste, y la manera de afrontarlo puede ser la de J. un otra, pero siempre hay un componente esencial que puede determinar la balanza hacia un episodio de “craving” o hacia la sensación de que las cosas se están haciendo bien.

Ese componente esencial es la decisión de la familia de que haya alcohol o no en su mesa durante las celebraciones.

En España, Navidad significa varias cosas, entre otras: regalos, comer y beber, en muchas ocasiones comer y beber mucho.

Imagen tomada de ABC

Y, por tanto, en la gran mayoría de los hogares la presencia del alcohol en estos días tiene su espacio propio.

Esto puede suponer un conflicto para quienes se encuentran en tratamiento por consumo de sustancias, y para aquellas que ya han finalizado su proceso y han optado por un estilo de vida abstinente, provocando dos reacciones que, de no gestionarse adecuadamente, es probable que desembocasen en un episodio de consumo, dando al traste con los logros alcanzados gracias a la abstinencia: mejora del estado de salud, mejora de las relaciones familiares, mejora de la situación económica, mejora de la situación laboral…

La primera reacción la podemos denominar como la de “estoy seguro”. La persona que se expresa y se siente así afirma que el hecho de que haya alcohol en la mesa no le supone ningún problema, porque “no es mi sustancia problema” o porque “he decidido no beber”. Cuando realiza la primera afirmación olvida que el alcohol, si llegase a consumirlo, podría afectar a su estado de alerta, influyendo sobre la voluntad y la percepción de riesgo, activando circuitos neuronales que también se activan cuando se consumen otras sustancias psicoactivas, facilitando el deseo de consumo de otras sustancias, y pudiendo ser el primer paso de un consumo o de una recaída. Actualmente, el 90% de los consumos que se dan en personas que han recibido el alta en Proyecto Hombre Alicante (1 de cada 20 personas es posible que realice un consumo tras el alta) se inicia en un episodio de consumo de alcohol.

En el caso de quienes han decidido no beber, la persona sí que parece tener conciencia de que el alcohol es, o puede ser, un problema, pero olvida la primera premisa de la prevención de recaídas: ante una situación de alto riesgo se ha de “salir corriendo”, y esta es una situación de altísimo riesgo.

Imagen tomada de Siquia.com

La segunda reacción la podemos llamar “la persona enfadada”, que sería lo que le pasó a J. Aquí la persona puede hacer el intento de beber o no, pero en cualquier caso estará tenso y malhumorado durante toda la celebración, llegando incluso a influir en el ambiente general de la misma.

Otro pensamiento que se puede asociar a las dos reacciones es: ¿por qué han de privarse ellos si el problema lo tengo yo? Esta afirmación acaba cargada de culpa, facilitando que la persona se sienta una carga, y entiendo que ninguna familia desea eso.

La pregunta puede ser “¿qué hacer entonces?” “¿nos hemos de privar del alcohol nosotros que no tenemos un problema?”

Cuando surgen estas preguntas, sobre todo la segunda, es porque la familia o amigos aún no han comprendido la magnitud de la enfermedad que sufre la persona con el trastorno adictivo.

Ante estas preguntas podríamos contestar con otras preguntas, tales como: ¿para ti es más importante tu familiar/amigo o el alcohol? o ¿servirías en la mesa otro tipo de sustancia (aquí incluso se puede ser más explícito refiriéndose a una en concreto).

De este modo iniciaremos un dialogo en el que la familia o amigos se planteen realmente cuáles son sus prioridades, en qué posición sitúan el alcohol y en cual a su familiar/amigo, dónde están sus apetencias…

En caso de gestionarse adecuadamente, y de que quien está en tratamiento o y ha superado el mismo, salga reforzado/a viendo que su familia o amigos le siguen apoyando, y que para ellos él/ella está por encima de cualquier sustancia psicoactiva.

Todo es cuestión de plantárselo, de preguntarse: ¿qué pasaría si en las celebraciones que dependen de mí, las que yo organizo y a las que asisten personas con problemas con las sustancias no hubiese alcohol? La respuesta es sencilla, ya la digo yo: NADA.

La última cuestión al respecto es que los demás van a pensar que…, o que alguno se puede enfadar. El primer pensamiento implica miedo al rechazo, y esta es una de las variables que trabajamos día a día con las personas con problemas adictivos; respecto a la segunda, si esa o esas personas se molestan ¿no será que no pueden pasar sin alcohol? ¿tendrían un problema ellos/as entonces?

Una mesa sin alcohol. Imagen tomada de Diariomotor.com

En caso de que la familia se plantee la no presencia de alcohol, estaríamos ante un factor de protección frente a los consumos y las recaídas determinante para la persona con el problema.

Para mí no hay duda. En mi caso, una parte de mi familia hace uso del alcohol y la otra no, desde hace muchos años en una mesa hay bebidas alcohólicas, agua y refrescos, y en la otra sólo agua y refrescos. Y les puedo garantizar que en las dos mesas me río igual y me siento igual de cerca de quienes me rodean.

No se nos puede olvidar que: SE PUEDE DISFRUTAR SIN ALCOHOL.