REGULACIÓN EMOCIONAL Y CONSUMO DE SUSTANCIAS

Como ya se ha mencionado en otras publicaciones de esta Revista, el consumo de sustancias psicoactivas afecta a circuitos cerebrales implicados en el placer, en el sistema de recompensas, y en aquellos sistemas neuronales que perciben y regulan las emociones.

Por lo tanto, desde una perspectiva global de intervención en fenómenos adictivos, será preciso atender al sistema emocional como parte esencial del proceso.

Los modelos clásicos de intervención en el ámbito afectivo-emocional se ven completados en la actualidad por las corrientes de “Inteligencia Emocional Plena”, que desde la óptica del Mindfulness ofrecen en ocasiones un complemento y en otras ocasiones una alternativa a los mismos.

¿Qué es una emoción?

Cuando tratamos de definir en qué consiste una emoción hemos de centrarnos en la experiencia más que en el razonamiento.

Podemos decir que una emoción es una “experiencia” que te embarga, un estado afectivo, una reacción subjetiva al estímulos que provienen de nuestro entorno y en la que intervienen 3 componentes (Ramos, 2015): el cognitivo, el conductual y el neurofisiológico.

Respecto al componente cognitivo, podemos afirmar que está relacionado con la valoración o evaluación que la persona realiza de un acontecimiento concreto, de modo que la respuesta estará relacionada con dicha valoración.

En cuanto al componente conductual, está integrado por aquellas expresiones corporales de la emoción generada.

Por último, a nivel neurofisiológico, encontramos respuestas automáticas del organismo a la situación vivida en función de cómo esta ha sido percibida de modo subjetivo por la persona que la experimenta.

Las emociones tienen un alto nivel de funcionalidad, ya que contribuyen en cuestiones tan esenciales para el ser humano como la capacidad de adaptación, la comunicación y la motivación (Choliz, 2005; Ramos, 2015).

Dependiendo del sistema de clasificación elegido, podemos encontrar mayor o menor acuerdo en cuanto a las emociones que se consideran “básicas”, pero parece haber cierto consenso (Ekman, 1992; Reeve, 1994; Goleman, 1996; Jack, Garrod, Schyns, 2014) en que la alegría, el miedo, la tristeza la ira, el asco y la sorpresa, son universales y poseen un carácter innato.

Cada persona experimenta las emociones de una forma determinada, en función de la percepción subjetiva de la misma, de sus aprendizajes (cómo ha reaccionado en otras ocasiones similares a la que genera la emoción), al carácter…

¿Qué tiene que ver el Mindfulness con las emociones?

Indudablemente, si las emociones son tan esenciales, y el consumo de sustancias produce un efecto parecido al de una emoción en un breve espacio de tiempo y de modo auto-generado por la persona que hace uso de esa sustancia, es previsible que en cualquier proceso de tratamiento de trastornos adictivos sea imprescindible intervenir sobre el sistema emocional, ya que este puede verse, cuando menos, alterado (Albein-Urios, Verdejo-Román, Asensio, Soriano-Mas, Martínez-González y Verdejo-García, 2012; Prieto, Ramírez-Alfonso, Ramírez-Aycart y Ouro, 2014; Sainero 2015).

Habitualmente se han empleado estrategias de tipo cognitivo-conductual: registro de sentimientos, demora de respuesta emocional, grupos de discusión sobre respuestas emocionales…, que hoy en día siguen funcionando de forma adecuada.

Por otro lado, desde los modelos clásicos Inteligencia Emocional, encontramos tres perspectivas (Sainero 2015):

El modelo de Salovey-Mayer. Para estos autores la inteligencia emocional es la capacidad de identificar, utilizar, entender y dirigir las emociones para facilitar el pensamiento. En su modelo incluyen competencias intrapersonales como la autoconciencia, el control emocional y la capacidad de motivarse, y competencias interpersonales como la empatía y las habilidades sociales.

El modelo de Competencias Emocionales de Goleman. En este modelo se define la inteligencia emocional como un constructo que incluye una amplia serie de capacidades y habilidades como la autoconciencia, la autorregulación, la motivación, la empatía y las habilidades sociales.

El modelo de Bar-On, que describe la inteligencia emocional como una selección de competencias sociales y emocionales interrelacionadas, habilidades que determinan cómo nos entendemos y nos expresamos con efectividad, entendemos a otros y nos relacionamos con ellos, así como nuestra capacidad de afrontar las exigencias diarias.

Atendiendo a estos, en las intervenciones con fenómenos adictivos, se trata de ayudar a la persona a que (Sainero, 2015): identifique sus propias emociones y las de las personas de su entorno, las reconozca como propias o ajenas, seca capaz de expresarlas de una manera controlada, y la posibilidad de generar cambios en sus estados emocionales de manera positiva.

Por ello, y como complemento a las intervenciones clásicas, se ha implantado la práctica del Mindfulness en el tratamiento de adicciones, y parece que está influyendo de manera positiva en la mejora de los mecanismos de regulación emocional.

Cuando hablamos de regulación emocional debemos tener en cuenta que no se trata de una serie de técnicas a aplicar, o de una capacidad de bloquear o filtrar las emociones. Se trata más bien de identificar, tomar consciencia y aceptar las propias emociones, viviéndolas como un estado con principio y fin, y aprendiendo a afrontarlas de manera eficaz.

Por tanto, si necesitamos prestar atención a nuestras emociones, ser conscientes de ellas, el Mindfulness, que se ha traducido al español como “atención plena” (si bien las personas expertas afirman que dicha traducción no es del todo certera), será una práctica esencial a la hora de afrontar nuestras emociones, ya que implica “prestar atención de manera consciente a la experiencia del momento presente con interés, curiosidad y aceptación” (Kabat-Zinn, 2007), observado la experiencia, en este caso emocional, sin juzgarla, posibilitando trabajar, en el momento presente, con nuestro dolor, nuestra ira, nuestro miedo, etc.

¿Cómo ayuda el Mindfulness en los procesos de tratamiento de trastornos adictivos?

Una de las consecuencias de la práctica del Mindfulness es el desarrollo de una mayor capacidad de discernimiento y compasión, de simplemente observar lo que sucede o aparece a mí alrededor cuando me muevo por la vida cotidiana, o en mi interior cuando practico meditación.

Cuando hablamos de compasión no lo hacemos en el sentido negativo de la misma (sentir pena o lástima), sino en el de preocupación respecto a alguien, sentirse solidario con la otra persona (Confucio).

También se trata de desarrollar una actitud de “principiante” (Miró 2007), de modo que nuestra atención se centre en nuestro cuerpo, nuestras sensaciones y emociones, nuestra mente y en los objetos mentales con una actitud de novedad frente a las mismas, sin juicios ni prejuicios (Tich Nhat Hanh, 2011).

Si tenemos en cuenta que Mindfulness es una capacidad intrínseca de la mente de estar presente y consciente en el aquí y el ahora de un momento determinado, empleada como herramienta de gestión emocional, se convierte en algo bastante potente, ya que nos permitirá atender a nuestras emociones y a las de las demás personas desde una actitud abierta, pudiendo observar dichos estados emocionales con compasión (en el sentido descrito).

En lo referente a los fenómenos adictivos, se cuenta con evidencia científica de que el mindfulness ayuda a prevenir recaídas y mantener periodos prolongados de abstinencia en personas con trastornos adictivos (Bowen, witkiewitz, Clifasefi, Grow, Chawla, Hsu, Carroll, Harrop, Collins, Lustyk y Larimer, 2014), a manejar de una manera más eficaz el craving (Blasco, Martínez-Raga, Carrasco y Didia-Attas, 2008) y mejora en general la intervención con adicciones (Miró, 2012).

Parece claro que en todos estos procesos las emociones juegan un papel esencial.

¿De dónde viene el Mindfulness?

A pesar de que el Mindfulness se ha incorporado hace relativamente poco tiempo a las disciplinas de salud occidentales, la meditación, práctica oriental desde la que parte el Mindfulness, cuenta con miles de años de presencia en el mundo oriental y en concreto en el Budismo.

El término mindfulness es la traducción al inglés del término “Sati”, que es como se denomina en idioma Pali (idioma índico proveniente de los Vedas, estrechamente relacionado con el sánscrito clásico).

La práctica se basa en la meditación budista denominada shamatha-vipashyana, que es lo que se traduce como mindfulness-awareness, y en castellano algo así como atención plena-darse cuenta.

Actualmente se encuentra altamente difundido como actitud frente a diferentes procesos psicoterapéuticos y se aplica en diversos ámbitos de la salud y el crecimiento personal.

Taller sobre el Programa de Inteligencia Emocional plena de la Universidad de Málaga.
Natalia Ramos. Jornadas de proyecto Hombre. Mayo 2015

Félix Rueda

PARA SABER MÁS

http://myslide.es/documents/miro-et-al-mindfulness-rppc-16.html

http://www.institutomindfulness.cl/

http://www.respiravida.net/que-es-la-atencion-consciente-o-mindfulness

http://proyectohombre.es/wp-content/uploads/2011/11/Revista-PH_87_4_2.pdf

http://www.papelesdelpsicologo.es/vernumero.asp?id=1340